LA MIRADA EN LA PERSONA COMO EJE DEL DESARROLLO HUMANO Y LA INTEGRACIÓN SOCIAL

Durante muchos años en distintos ámbitos -académicos, políticos, sociales, económicos y técnicos- se intentaba lograr el crecimiento haciendo énfasis en el producto bruto, en las condiciones materiales y objetivas. Aunque es evidente que la relación entre la satisfacción de necesidades materiales es condición para el surgimiento y desarrollo de las necesidades y capacidades subjetivas, no parece estar todo dicho sobre la forma en que la percepción de bienestar óptimo depende de funcionamientos socioeconómicos básicos.
Al hablar de subjetividad se puede reconocer a aquella trama de percepciones, actitudes, aspiraciones, memorias, saberes y sentimientos que nos impulsa y nos da una orientación para actuar en el mundo. En tanto que la subjetividad social es esa misma trama compartida por un colectivo, propiciando construir sus relaciones, percibirse como un “nosotros” y actuar colectivamente (Güell, 1998).
Sin embargo, en los últimos tiempos la intención se dirigió a poner a las personas como centro y criterio del desarrollo, en tanto que al poner el foco en la persona y sus vínculos sociales demandaría reconocer los nuevos escenarios y enfrentar los desafíos inéditos que devienen de ello. En este marco, emergen teorías acerca de la utilidad para la economía y la política
de tomar en cuenta los deseos, opiniones, actitudes y creencias de las personas. La incorporación de la percepción de bienestar en términos de indicadores de desarrollo humano, se fundamenta en la concepción teórica de que el estudio y la promoción del desarrollo humano deben integrar dimensiones que superen los factores asociados a las condiciones materiales de vida, tradicionalmente considerados como medidas absolutas o excluyentes del bienestar.

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